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8 de abril de 2024

La pelea más épica del boxeo argentino, pero también la noche más triste

Por Cherquis Bialo. Extraído de Directoalmenton

"Después que Richie Kates le chocara la cabeza abriéndole una herida profunda en forma de “L” sobre el arco superciliar derecho, Víctor Galíndez había “terminado” su reinado. Si el referí sudafricano Stanley Christodoulou hubiera aplicado el reglamento, las tarjetas 
El referí dijo: “Fue accidental, si no sigue peleando pido las tarjetas”. El boxeador después de tres minutos de interrupción en aquel dramático tercer round confesó en medio de la confusión: “Me duele, no veo nada, pero de aquí me bajan muerto, ajústeme los guantes, Tito...”.
Y la historia comenzó a cambiar desde el momento en que el campeón apretó los dientes, disimuló las lágrimas de dolor con la sangre de la herida y comenzó a transitar con frenético estoicismo el valle que sembraba su ilimitado coraje.
Veo aún el dedo índice de Lectoure penetrando en los tejidos abiertos de la ceja de Galíndez para untarlo con una vaselina coagulante norteamericana que formaba una capa excedente. 
En esa noche de gloria Galíndez no apeló a ninguna pausa para determinar pautas técnicas. Ganó porque fue hombre y campeón. Ganó sintiendo la pelea como una actitud frente a su futuro sabiendo que se jugaba algo más que un resultado: la televisación, poco frecuente y selectiva hace 42 años, le abría la posibilidad de conquistar al público hasta ese momento cauteloso con él. Esa era la noche en que Galíndez se consagraba o se hundía.
En esa noche de gloria Galíndez no apeló a ninguna pausa para determinar pautas técnicas. Ganó porque fue hombre y campeón.
Mientras Christodoulou le contaba, Galíndez, consciente de que Kates no se levantaría, comenzó a festejar el triunfo con frenéticos saltos. Los sesenta metros que recorrimos entre el ring y el camarín fueron el epílogo de una noche inolvidable. Los sudafricanos llevaron a Galíndez en andas luego que el locutor dijera en medio de un profundo silencio: “En la pelea más fantástica de todas cuantas hayamos visto en Sudáfrica.
 Mientras lo cosían Lectoure tomó la mano derecha del campeón al tiempo que el doctor Paladino y yo le sujetábamos los brazos.
Se produjo un silencio tan profundo que por tal pareció estridente; quienes lo teníamos tomado nos manejamos con señas visuales. Finalmente, Lecture tiró la primera frase sobre la peor noticia.
-Víctor, mirá… te lo tenemos que decir…-¿ Qué pasó?, dele Tito, ¿pasó algo en mi casa?.– No, no, en tu casa no pasó nada, quedate tranquilo.-, fue la respuesta.-¿ Y entonces, dónde, con quién?, preguntaba un angustiado Galíndez.-Bueno te lo digo de una por que igual ya no hay nada que podamos hacer…-, exclamó Paladino. Y tras él completé la penosa información:-Víctor, esta mañana en Reno, Nevada, asesinaron a Ringo, si a Bonavena…-
Faltaban dos puntos para cubrir la herida. Galíndez resignó las piernas, se fue derritiendo con la aguja clavada en la ceja y antes de tocar el piso gritó con la poca voz que le quedaba: “Nooo!!!, no puede ser, no puede ser…!!!”.
El regreso del campeón al hotel fue un solo y angustiado llanto. Aquello que no pudieron mil golpes de temibles rivales, las múltiples heridas, cruentos dolores y terribles lesiones lo pudo ésta triste novedad. Para Galíndez había muerto alguien más que un deportista admirado, se había ido su amigo, su ídolo, un soporte fundamental y tal vez esa figura contenedora y paternal que siempre supo alentarlo. El gladiador triunfante de la epopéyica noche nunca encontró consuelo…"

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