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31 de mayo de 2015

Hoy: anécdotas de Nicolino Locche

“En el 72 compré un auto de carrera que pagué al contado. Lo trajeron en un remolque y me lo dejaron cerca del Luna Park. Cuando fui a ponerlo en marcha el auto no arrancaba. ¡Que lo parió, tiene la batería vencida! me dije. Abrí el capot para solucionar el problema y me di cuenta que no era la batería. Había adquirido un auto de carrera sin motor”.

Salón de Baile

Alrededor de los 9 años Locche ya mostraba condiciones para el boxeo porque era un zurdito desenvuelto, muy pícaro y atrevido, en el buen sentido de la palabra. Menudito y simpático, muy orejudo, que pesaba 37 kilos y que en un hangar del antiguo edificio del aeropuerto internacional de El Plumerillo había debutado como amateur con un triunfo por puntos frente a Eduardo Bebe Fara. Por esa época su mamá, doña Nicolina Di Vendittis, que había enviudado de don Felipe Locche, no sabía cómo hacer para sacarlo de la calle donde se peleaba a diario con otros chicos de su edad. Hasta que lo llevó al gimnasio del Mocoroa donde le pidió al profesor Bermúdez: “Por favor, cuide al mío figlio, señor don Paco”.

Fue entonces, cuando todavía era tan jovencito, aunque parezca increíble, que el gran maestro se dio cuenta de que Nicolino fumaba a escondidas en el baño. Bermúdez, rojo de ira, muy enojado, lo encaró cuando lo sorprendió pitando tranquilamente en un descanso del trabajo diario: “pero…¿qué se ha creído?... ¡Apague ese cigarrillo! ¿O usted se ha pensado que está de paseo en un salón de baile?”.

 

Guantes con aro

Carlos Alberto Aro, que con el paso del tiempo llegó a campeón argentino y sudamericano, la mejor izquierda del país en la década del 60, fue uno de los pocos rivales que venció a Nicolino en el campo amateur. Además de Julio Palavecino, Ernesto Miranda, Simón Ríos y Carlos Barloa que también lo lograron, todos por puntos, en los 122 combates de Locche como aficionado.

Cuenta Aro que cuando llegó al Mocoroa, Bermúdez lo hacía cruzar guantes con el Intocable porque le había visto condiciones y quería perfeccionar su estilo. Comenta que en más de una oportunidad, como se habían hecho muy amigos, cuando quedaban amarrados cuerpo a cuerpo le susurraba al oído al gran Nicolino: “Gringo, dejame meter algunas manos que ahora me está mirando don Paco”.

 

Crítico de arte

En los años 60, cuando Nicolino se había hecho conocido y cada vez más popular en Buenos Aires, el entonces director de la revista El Gráfico, Carlos Fontanarrosa, pidió al periodista Ernesto Cherquis Bialo, que era el especialista en boxeo y que luego firmaría sus artículos como Robinson, que se ocupara de la pelea del mendocino que el sábado combatía en el Luna Park porque existía la promesa de un buen espectáculo. Cherquis nunca olvida que le sugirió: “¿Por qué no manda también a un crítico de arte?”.

 

“¡Me quemo, don Paco!”

Una tarde, en el antiguo Mocoroa de la calle Estrada, Nico pidió permiso a don Paco para cambiarse las vendas en la utilería del vestuario. Como Bermúdez sabía que sólo se trataba de una excusa porque se escondía a fumar, lo siguió sin que se diera cuenta y sin decir palabra alguna se le puso frente a frente.

Locche, que efectivamente estaba fumando, escondió el cigarrillo aún encendido en su pantaloncito de gimnasia, mientras su entrenador continuaba mirándolo fijo y sin quitarle los ojos de encima. Hasta que el campeón sacó la mano del pantalón, tiró el cigarrillo todavía prendido y gritó desesperado: “¡Me quemo, don Paco, me quemo!”.

 

¿Trajiste los ravioles?”

Un domingo a media mañana, allá por la década del 60, Nico le dijo a su primera mujer que salía a dar una vuelta por el centro para charlar y compartir un café con algunos conocidos. Ana María Corvalán le recordó que no se olvidara de pasar por el Mercado Central y trajera los ravioles para el almuerzo de ese día.

Sin embargo Locche se encontró con un par de amigos que lo entusiasmaron como tantas otras veces y al rato, en su flamante Torino cero kilómetro, estaba viajando a Salta donde, según reconocía, tenía varios “compadres” con los que se reunía a jugar a las cartas por plata. Acostumbrada a estas fugas o salidas sin aviso, cuando Nicolino apareció de vuelta recién a la semana siguiente, su señora sólo se limitó a preguntarle sin ninguna otra queja o reproche: “¿Trajiste los ravioles?”

 

Avisos rotos

Aquel histórico 12 de diciembre de 1968, cuando derrotó al filipino nacionalizado japonés Paul Takeshi Fuji, en el estadio Kuramae Sumo (Templo de lucha), en Tokio, Japón, por abandono en el 10mo. round, para consagrarse campeón mundial de la categoría welter junior, Locche se levantó de la siesta y sorprendió a Cacho Fontana preparando y ordenando los avisos que el conocido locutor debía leer esa noche.

La trasmisión saldría al aire por Radio Rivadavia con el relato de Osvaldo Cafarelli y los comentarios de Ernesto Cherquis Bialo. Como lo vio muy interesado Cacho le comentó: “Esta tanda es por si ganás y esta otra es por si perdés”. Con toda naturalidad Nicolino tomó los papeles de la derrota y los rompió en pedacitos mientras le aseguró con picardía: “Perdoname, Cacho, pero estos no los vas a necesitar”.

 

Jockey con filtro

A su regreso de Japón, luego de pasar unos días de descanso en Hawai, el entonces presidente de la Nación, Teniente General Juan Carlos Onganía, recibió en la Casa Rosada al incomparable Nicolino que concurrió acompañado de su maestro, el profesor Francisco Bermúdez, y del promotor del Luna Park, Juan Carlos Lectoure, que lo admiraba y protegía como un hermano menor.  Durante la cordial reunión  tomaron una vuelta de café y Onganía invitó con cigarrillos. Muy rápido de reflejos Locche aprovechó la oportunidad y agradeció gentilmente sin que don Paco y Tito pudieran impedirlo: “Acepto por venir de usted, señor presidente”. Al despedirse, al llegar a la puerta de calle y cruzar por la Plaza de Mayo, muy suelto Nico comentó a sus dos amigos: “El presidente es de los míos, fuma Jockey con filtro”.

 

Con boquilla

En los años 90 quien esto escribe se reunía por lo menos una vez por semana con Nicolino en la confitería del ACA. Hablábamos de boxeo, de fútbol, de su simpatía por San Lorenzo de Almagro, de su salud y de temas en general. Una mañana me sorprendió con la noticia de que se había alejado del cigarrillo. Asombrado por esa excelente noticia recuerdo que sólo atiné a abrazarlo y todavía conmovido alcancé a comentarle: “¿Viste que podías Nico? Claro que podías, por fin lo lograste”. Entonces, con su inseparable sonrisa y su habitual picardía, sacó la mano de debajo de la mesa del café y exclamó a las risas muy feliz por su humorada: “Sí, me alejé, ahora fumo con boquilla”.

 

Vino en la coca cola

Elio Oscar Salinas, que fuera un destacado puntero izquierdo de Andes Talleres en la década del 50, recuerda que luego de su retiro en la época que trabajaba como mozo de La Farola, un restaurante que ubicaba en la calle Las Heras y que se especializaba en pollo a la canasta, atendió la mesa de Nicolino la noche que se le hizo la despedida para viajar a Buenos Aires y continuar más tarde a Japón donde enfrentaría a Fuji por el título mundial. Evoca Salinas que cuando tomó el pedido de Locche que estaba sentado en la cabecera éste lo agarró de la chaqueta, le guiñó un ojo y le dijo discretamente oído: “A la coca cola que te pedí vaciala y ponele vino…y que sea del mejor”.

 

Insulto y patada

A inicios de los 70, cuando se había radicado en Buenos Aires y escribía para la revista Siete Días, el escritor y periodista Rodolfo Braceli fue protagonista de una singular experiencia, única, original y divertida que describió en esa publicación. Se vistió de boxeador  y desafió a Locche de que era capaz de golpearlo en un combate de cuatro rounds. Señalaba Braceli en ese artículo que desde la primera vuelta Nicolo se recostó intencionalmente contra las cuerdas y que él le hablaba mientras le tiraba golpes de todos lados: “A vos no te toco, toco el aire, sólo el aire”. Hasta que al final del cuarto asalto le tiró una patada que tampoco llegó a destino, le rajó una puteada irreproducible y se bajó del ring enfurecido y recaliente. Locche comentó que luego de esa divertida situación Braceli le había comentado que pelear contra él era lo mismo que tratar de atrapar el agua con un puño.

 

Auto sin motor

En ocasión de una entrevista Nico le comentó al mismo Braceli: “En el 72 compré un auto de carrera usado que pagué al contado. Lo trajeron en un remolque y me lo dejaron cerca del Luna Park. Cuando fui a ponerlo en marcha el auto no arrancaba. ¡Que lo parió, tiene la batería vencida! me dije. Abrí el capot para solucionar el problema y me di cuenta que no era la batería. Había adquirido un auto de carrera sin motor”.

 

“Ternerito mamón”

En 1981 mientras recorría distintas regiones del país en la distribución del vino que llevaba su nombre -Vinos Locche- Nicolino conoció en Oncativo, Córdoba, a María Rosa Gelleni que años después se convirtió en su segunda mujer. La ceremonia civil se realizó el 3 de junio de 1991 y el casamiento por iglesia el 7 de setiembre de 2003. Nicolina, como se la llamó en el ambiente deportivo, trató siempre de manera muy mimosa y cariñosa al campeón: “mi papi”, “mi ternerito mamón”, “mi bonito dulce”, “mi bochita adorado”, “mi pequeño cristalito”. Para Locche, María Rosa fue siempre: “mi mami”.

 

“¡Pégame Negro!”

En su libro Crónicas de Guantes, editado en 2008, el periodista y escritor Roberto Suárez recuerda que en mayo de 1967 después de ganarle en diez rounds en el Luna Park al americano Leston Carl Morgan -que tenía fama de noqueador y que sin embargo no había podido colocar una mano en toda la noche- influenciado por su genio y picardía Nicolino se metió en el camarín del visitante que se estaba vistiendo, más que derrotado psicológicamente, embroncado y amargado y que agachándose y señalándose la cara le dijo: “¡Pégame, negro, acá tenés la cara!”.

Datos: José Félix Suárez.

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