Jueves 18 de Abril de 2024

  • 21.8º

21.8°

EL Clima en Saladillo

DEPORTES EN EL RECUERDO

17 de mayo de 2015

Hoy: Los tres segundos más largos de la historia

O.R.O encabezó una investigación a fondo sobre la curiosa definición de la medalla dorada de básquet en los JJ.OO de 1972. La nota, que vio la luz en la edición 3284 de El Gráfico de 1982, es una imprescindible lección de periodismo.

 

 

Pidió un café y todos se sorprendieron. ¿Es que el doctor Renato William Jones había decidido vulnerar su severa dieta? La ansiedad del momento lo obligó a olvidarse de la terminante recomendación de su médico. En Munich, República Federal de Alemania, en la madrugada del domingo 10 de septiembre de 1972, el secretario general de la Federación Internacional de Básquetbol Amateur (FIBA), con cuarenta años ininterrumpidos en el cargo, real y legendariamente el segundo inventor del básquetbol, está junto al Jurado de Apelación en una reunión plena de polémica, cargada de fatiga y desbordante de tensión. El tema: resolver sobre el partido final de los Juegos Olímpicos que la Unión Soviética le ganó 51-50 a Estados Unidos de América, pero luego de una confusa decisión de hacer jugar de nuevo los últimos tres segundos, lapso donde se convirtió el doble que determinó la victoria soviética.

Mister Jones, romano de nacimiento y británico de nacionalidad, se pasó con el café: tomó cinco.

-No es para estar despierto, pues con los años duermo bastante poco y buena parte de las noches me las paso leyendo, en especial libros de basquetbol…

 

Eran los nervios y el desgaste ante tanta confusión y tanta enmarañada incertidumbre. El partido había empezado a las 23.45 del sábado y finalizó a la 01.14 del domingo 10. La reunión del Jurado de Apelación arrancó cerca de las 04.00 de la mañana y seguía… Seguiría hasta las 15.30, cuando se dio a conocer el veredicto.

 

Munich. Los Juegos de la 20° Olimpiada en el año 1972. Con la gloria de las siete medallas de oro ganadas por Mark Spitz, con la tragedia de la matanza de los atletas israelíes, con esta polémica inagotable, apasionante, hecha leyenda diez años después…

 

Estados Unidos llegó a Munich sin haber perdido un solo partido en toda la historia de los Juegos Olímpicos. Exactamente 62 encuentros sumaba su impresionante serie de invulnerabilidad. La dirección del equipo fue confiada por tercera vez consecutiva –había sido campeón olímpico en 1964 y 1968- a Henry P. (Hank) Iba, de 68 años, un técnico que alcanzó prestigio al frente de la Oklahoma State University en una larga trayectoria que fue desde 1938 a 1970 y que popularizó un estilo: el juego de control (“ball control”), la retención de la pelota hasta llegar al lanzamiento cuando sea absolutamente necesario. Las pruebas de selección tuvieron lugar en la Academia de las Fuerzas Armadas y antes de que en Honolulú iniciaran el último período de adiestramiento, Iba dio un panorama de las posibilidades: “Nadie va a superar a este equipo, aunque por ser tan jóvenes puede ocurrir que se derroten a sí mismos...”

La palabra del entrenador apuntaba a la extrema juventud del plantel: su promedio era 20 años 7 meses. No estando el astro universitario del momento, Bill Walton, de la UCLA, quien decidió renunciar al honor de ser olímpico, y con el excepcional promedio de altura de 2,01, la representación norteamericana fue un conjunto excelentemente preparado sin una sola estrella, donde todos sus jugadores se interesaron en primer término por el éxito colectivo.

La Unión Soviética, por su parte, venía luchando contra su frustración de no haber podido alcanzar jamás la medalla de oro. Su plantel superaba a los norteamericanos en veteranía con 25 años 6 meses de promedio y en altura la media de los doce jugadores era dos centímetros inferior: 1,99. La mayor experiencia de los soviéticos preocupaba a “The New York Times”, el más famoso diario norteamericano: “Ellos practicaron en conjunto por más de un año, ganando ocho de nueve partidos durante el tour que hicieron por aquí el año pasado. Suman un total de 739 partidos internacionales entre los cinco integrantes de su formación inicial, comparando con los solitarios 7 encuentros de nuestra alineación, compuesta por once jóvenes universitarios y Kenneth Davis, el ´viejo´ de 24 años.”

La serie clasificatoria no ofreció problemas para ninguno de los dos equipos. Estados Unidos, en el grupo A, ganó con facilidad sus siete partidos y lo mismo ocurrió con la Unión Soviética en el grupo B. En las semifinales Estados Unidos no tuvo oposición en Italia (68-38) y la Unión Soviética debió luchar mucho con Cuba (67-61).

Recordemos a los jugadores. Estados Unidos: Kenneth Davis, Douglas Collins, Thomas Henderson, Michael Bantorn, Robert Jones, Dwight Jones, James Forbes, James Brewer, Tommy Burleson, Thomas McMillen, Kevin Joyce y Ed Ratleff.

Unión Soviética: Anatoly Polivoda, Modestas Paulauskas, Zurab Sakandelidze, Alshan Zharmukhamedov, Alexander Boloshev, Iván Edeshko, Sergei Belov, Mishako Korkia, Iván Dvorni, Gennadi Volnov, Alexander Belov y Sergei Kovalenko.

 

Es la última noche de básquetbol en los Juegos. Sábado 9 de septiembre. En la calle Siegenburger, el “Basketball-halle”, escenario de los 72 partidos del torneo, está rebalsado en su capacidad: 5.587 espectadores sentados, 218 invitados de honor, 36 comentaristas de radio y televisión, 106 periodistas con pupitre, 200 periodistas sin pupitre, 209 plazas en el recinto de atletas.

La hora prevista -23.30- tenía su explicación y había sido fijada dos años antes. La cadena norteamericana ABC, dueña de los derechos televisivos, pidió que fuera así para que coincidiera con un horario importante en audiencia -18.30- en Nueva York. Con quince minutos de retraso, el brasileño Renato Righetto, juez, y el búlgaro Artenik Arabadjan, árbitro, dieron la orden de empezar.

 

No resultó un buen espectáculo porque ambos equipos se movieron con mucho recelo y con exagerada conservación. Se tiró poco y mal, como puede apreciarse en el cómputo final de la planilla técnica: Estados Unidos convirtió 19 lanzamientos de cancha sobre 57 (33%) y la Unión Soviética 17 sobre 47 (36%). Dentro de esa tónica, los soviéticos dominaron el trámite y ganaron el primer tiempo 26-21 y se distanciaron 38-28 a diez minutos del final porque tuvieron a la única luz que iluminaba el juego: Sergei Belov, el base, que sumaría 20 puntos con precisa puntería, sobre todo desde afuera y particularmente desde las esquinas, y plástica calidad.

En los últimos tres minutos llegó la reacción norteamericana a través de la media distancia de Kevin Joyce y Doug Collins, los hombres del “backcourt”, y gracias a un cambio vital en defensa: presión en toda la cancha. A treinta segundos estaban a un punto: 48-49.

Y así, con la excitación taladrando cada instante, se fue llegando al momento crucial de esta historia, que habrá que seguirla paso a paso, capítulo por capítulo, segundo a segundo. Hoy como fue hace diez años atrás…

 

1) Unión Soviética gana 49-48. El norteamericano Doug Collins intercepta un pase, corre espectacularmente en contraataque hacia el cesto perseguido por tres soviéticos y cuando se manda, Sakandelidze lo derriba haciéndolo golpear contra la “jirafa”. Foul, fuerte foul. Faltan tres segundos.

 

2) Collins convierte el primer tiro libre, el resultado queda igualado 49-49 y en ese instante el técnico soviético Vladimir Kondrashin solicita un minuto a la mesa de control. La gritería que envuelve al “Basketballhalle” es infernal. Cuesta escuchar y cuesta atender. Los integrantes de la mesa no reaccionan ante la solicitud de Kondrashin y, cuando el cronometrista decide hacer sonar la bocina, es tarde: el juez brasileño Renato Righetto ya ha puesto la pelota en las manos de Collins para la ejecución del segundo lanzamiento (en este caso, con el balón en poder del jugador, reglamentariamente no puede concederse el minuto solicitado).

 

3) La pelota está en plena trayectoria hacia el cesto por un lado y la bocina de la mesa vuelve a sonar por el otro. Righetto hace señas de que el juego debe seguir. El tiro libre es convertido y se anota. Estados Unidos 50, Unión Soviética 49. El clamoreo del público es ensordecedor. Kondrashin, con gestos desesperados, permanece protestando frente a la mesa, pero sus jugadores no se demoran para continuar el juego: Sergei Belov, también desesperado, saca intentando un pase largo. Se va lejos, muy lejos, tras desviarse en un jugador norteamericano… El reloj Longines del tablero electrónico indica el tiempo que falta: un segundo.

 

4) El reclamo del técnico Kondrashin, aduciendo ahora un error de la mesa, llega a un estado de ira. La bocina vuelve a sonar. El público norteamericano, que es gran mayoría, sin reparar en que todavía queda un segundo, invade la cancha para festejar.

 

5) El juez Righetto detiene el juego y va hacia la mesa de control. Hace retirar a Kondrashin, aclara que el minuto no puede otorgarse y se pone de acuerdo con los integrantes de la mesa sobre el tiempo restante. “Un segundo”, dice. Y ordena jugar el balón. Tom McMillen, el centro de la Universidad de Maryland de 2,11, mueve sus brazos para impedir el primer pase. La pelota queda corta. La bocina, reflejaba en el tablero electrónico, suena indicando el final y provocando la explosiva alegría de los jugadores norteamericanos: habían ganado la medalla de oro una vez más. Y se abrazan, y saltan, y pegan puñetazos al aire… ¿Habían ganado?

 

6) Es el turno del doctor Renato William Jones, el secretario general de la FIBA que está a cargo de su Comisión Técnica. Él entiende que todo lo anterior fue irregular y que deben jugarse en su totalidad los tres segundos que restaban desde que Collins convirtió el segundo tiro libre. Se para y con tres dedos extendidos de su mano derecha (el pulgar, el índice y el medio) da gráfica muestra de su decisión. “Hay que jugar los tres segundos…” Y así se hizo.

 

El “Basketballhalle” había alcanzado su máximo punto de ebullición. Nervios, excitación, drama, ansiedad, tensión y angustia se daban la mano dentro de esa caldera descomunal y caótica. Después de tanta confusión y desorientación por parte de la mesa de control y de los jueces se había llegado a la siguiente conclusión: Estados Unidos de América gana 50-49, Unión Soviética debe reponer la pelota desde su línea de fondo y quedan por jugarse –otra vez- tres segundos. El rubio Alexander Belov, el pivote soviético, de 20 años y 2 metros, se situó cerca del tablero norteamericano marcado por el negro James Forbes (2,01) y el blanco Kevin Joyce (1,88). Hacia allí viajó el pase de béisbol de Edeshko, con una ligera parábola que cubrió todo el largo de la cancha (el reloj se pone en marcha en un saque cuando la pelota toca a un jugador dentro del terreno de juego; es decir que toda esa trayectoria de tablero a tablero se hizo sin computarse tiempo).

Los tres hombres saltaron. Belov, perpendicular a la línea del fondo y casi debajo del cesto, consiguió apoderarse de la pelota con sus dos manos. Forbes, mal equilibrado al elevarse, enfrentando al jugador soviético, estiró su mano derecha como último intento, pero se cayó. Joyce, al costado de los dos, apareció fuera de la cancha. Alexander Belov bajó con la pelota y, ahora sin obstáculos, se elevó en bandeja, sobre la derecha del cesto, para convertir con tablero el doble de la medalla de oro. Cuando la pelota estaba en la red, sonó la bocina final.

En ese momento, Sergei Belov frenaba su carrera dentro del área restrictiva detrás de su homónimo. Collins se quedaba parado dentro de la “bocha”, en el lateral izquierdo, impotente y solo, Henderson debía resignarse. Y por el otro sector McMillen corría desesperado tras fracasar en su misión: había sido encomendado para obstaculizar el saque soviético desde el fondo, como en la acción anterior, pero esta vez se precipitó demasiado sobre Edeshko y, al no respetar la distancia reglamentaria, el árbitro Arabadjan correctamente le indicó que se retrasara. Cuando lo hacía, Edeshko ubicó el pase que sería letal para los norteamericanos. A la 1 y 14 de domingo 10 de septiembre de 1972, la accidentada final olímpica llegaba a su epílogo. Unión Soviética 51, Estados Unidos de América 50. Por primera vez en la historia, desde que en 1936 el básquetbol fue incluido en el programa de los Juegos, los norteamericanos perdían el título de campeón olímpico.

 

La euforia, ahora centralizada sobre la atlética y elegante humanidad de Alexander Belov, pasó a ser apretada y gozada por los soviéticos. Se convertían, también por primera vez, en los dueños de la medalla de oro. Al lado, allí nomás, el banco norteamericano era un volcán de bronca, indignación y amargura. Otra vez se dibujaban los dos contrastes y el desorden imperaba dentro de una cancha desbordada por el público, los reporteros gráficos y los periodistas. Forbes lloraba desconsoladamente. El “coach” Iba llegaba al colmo de la rabia –por si algún mal le faltara- como víctima de un hecho insólito: ¡le robaron la billetera con 370 dólares de uno de los bolsillos de su pantalón! Y que se volvía a enojar vociferando: “Nosotros creímos que habíamos ganado. Luego ese tipo Jones vino hacia mí mostrándome tres dedos… Yo nunca he visto algo así en todos mis años de básquetbol… No hay ninguna maldita manera de poder hacer esta jugada en tres segundos…” Neil Amdur, enviado especial del diario “The New York Times”, denunciaba: “Edeshko pisó la línea cuando sacó desde el fondo, esto se ve clarito en las películas, y Alexander Belov estaba en tres segundos: en el básquetbol internacional la regla tiene vigencia a partir de que el árbitro le da la pelota al jugador para sacar, no cuando el reloj se pone en marcha. Así, Belov se había estacionado dentro de la zona prohibida como cinco segundos…” Hans Tenschert, de Alemania Federal, el planillero del partido, hizo una declaración tajante: “Cuando el juez Righetto vino a la mesa de control, es real que él dijo que un solo segundo quedaba por jugarse. Pero hubo una seña de tres segundos hecha por una persona que no estaba entre nosotros: mister William Jones. Y entonces Righetto aceptó la indicación de Jones…”

 

En la delegación norteamericana se organizaron para presentar dentro del plazo de cuatro horas la protesta oficial ya anticipada en la planilla del partido. A las 03-30 de la mañana, con la firma del jefe de la misma W.K. Summbers, el reclamo se entregó al Jurado de Apelación.

 

Stan Hochman está casado con Gloria, una escritora, es padre de Anndee Dalchton, estudiante de la Universidad de Yale, y vive en Overbrooks Hills, en las afueras de Filadelfia. En 1972 Stan Hochman viajó a los Juegos Olímpicos en su condición de periodista como enviado especial del “Philadelphia Daily News”. Estuvo aquella noche en el “Basketaballhalle”, por supuesto, pero terminó siendo un espectador (o periodista) no común: él fue quien pasó a máquina la protesta norteamericana: “En una oficina del mismo estadio se elaboró la protesta entre John Bach, el asistente técnico, otros dos componentes de la delegación y un jugador: Kenneth Davis. La presencia de Davis tenía su razón de ser: era el único integrante del equipo que conocía a fondo las reglas de juego de la FIBA por ser en ese momento jugador del Marathon Oil, un equipo de la vieja Unión Atlética Amateur, la entidad que en los Estados Unidos manejaba su actividad dentro del básquetbol internacional. Yo la pasé a máquina, una hoja fue suficiente, pero pese a lo corto de su extensión fue un sufrimiento escribirla… Es que la máquina era eléctrica y lógicamente de procedencia alemana y tenía la ´z´ donde nosotros acostumbramos a tener la ´y´… Al final, como lo suponía, no sirvió de nada. Los jugadores se sentían desmoralizados; yo me sentí ofendido.”

Forenc Hepp (Hungría), como presidente, Claudio Coccia (Italia), Rafael López (Puerto Rico), Andrés Keiser (Cuba) y Adam Baglajewski (Polonia) integraron el Jurado de Apelación. Ellos debían resolver sobre la protesta norteamericana. Todo lo que trataron durante aquellas doce horas de reunión herméticamente secreto. Pero diez años después, uno de los cinco integrantes del Jurado, Claudio Coccia, ex presidente aunque siempre hombre clave de la Federazione Italiana de Pallacanestro, en su estadio de abogado de Roma accedió a entregar su testimonio:

 

“Yo había concurrido a ver la final en compañía de mi esposa, y estaba previsto que nos quedaríamos después a la ceremonia de entrega de premios. Tengo todavía vivas las alternativas de aquel partido. En el momento más importante de la polémica, el juez Righetto se había acercado a la mesa de control mientras el técnico soviético Kondrashin seguía gritando ´¡Suspensión! ¡Suspensión!’ Según la mesa faltaba un segundo. Pero la confusión se hizo enorme cuando mister Jones, que presidía la Comisión Técnica, se levantó del sitio desde donde seguía el encuentro y se dirigió a la mesa indicando que debían jugarse tres segundos… En medio de aquel tumulto, Righetto lo primero que hizo fue alejar al enardecido Kondrashin (el partido había sido parado por la invasión del técnico soviético), pero después acató la palabra de mister Jones dando saque desde el fondo y haciendo jugar los tres segundos… Y allí tuvo lugar el doble de Alexander Belov que dio vuelta el resultado. Fue el pandemónium, un tumulto impresionante, con el campo invadido, donde nadie entendía nada. Recuerdo que entonces le dije a mi esposa: ´Tomate esto con calma y volvé sola a la Villa Olímpica, pues acá quién sabe hasta qué hora vamos a estar discutiendo este lío…´ En efecto, mientras bajaba las escalinatas del estadio, por los parlantes empezaron a convocar al Jurado de Apelaciones que yo integraba. Estaba compuestos por cinco miembros pero dos de ellos –el norteamericano y el soviético- quedaron automáticamente eliminados por ser parte interesada en el problema debieron ser reemplazados por dos de los cuatro suplentes. En la reunión primero decidimos escuchar a la Comisión Técnica y después tomar el caso bajo nuestra directa jurisdicción. Una vez superado el primer obstáculo (Adam Baglajewski, el dirigente polaco, necesitaba un intérprete y llamamos al técnico de ese país, Witold Zagorski, quien hablaba inglés) fuimos a la reconstrucción de los hechos. Jones expuso por la Comisión Técnica y dio su versión. Yo, entonces, pedí que viéramos el ´tape´ de la televisión. Hubo asentimiento, pero antes se escuchó a los árbitros. Righetto fue el que llevó la voz cantante y explicó que ellos habían suspendido el partido por la presencia de un intruso en el perímetro de la cancha, por lo que todo lo acontecido después escapaba a su incumbencia y quedaba radicado bajo la responsabilidad de la Comisión Técnica.         

Nos encontramos con que eran tres los ´tapes´ de la televisión: uno de la cadena norteamericana ABC, uno de la televisión oficial alemana DOZ y un tercero cuya procedencia no recuerdo. En el de ABC pudo apreciarse un detalle muy importante: cuando se produjo el segundo saque, la cámara enfocaba el tablero electrónico y allí faltaba un segundo. De inmediato se perfilaron tres tesis.    

 

1) Como se había jugado tres segundos y no uno, anular el doble de Alexander Belov y dar el partido ganado a Estados Unidos.              

 

2) Dar el partido ganado a la Unión Soviética, convalidando el doble de Belov.

 

3) Repetición de la final teniendo en cuenta la tremenda incertidumbre existente.     

 

La reunión siguió durante horas. A las 08.30 de la mañana –recordar que el partido había comenzado a las 23.45 de la noche anterior y desde entonces seguíamos en forma ininterrumpida- hubo una pausa para que pudiéramos desayunar. Después yo pedí otro paréntesis, pues debía ir la Villa Olímpica a buscar los pasaportes de los jugadores italianos quienes regresaban ese día a Italia. Recién terminamos por la tarde, a las 15.30.     

Durante todo ese tiempo, la discusión adquirió por momentos tonos alucinantes. Hasta se llegó a una polémica agotadora que no terminaba más, por el mecanismo para votar. Pese a que habíamos convocado a miembros del Comité Organizador de los Juegos Olímpicos para averiguar si era posible jugar un nuevo partido, hubo coincidencia en eliminar esa tesis. Y así quedaron, enfrentadas, las dos alternativas excluyentes: dar por ganado a Estados Unidos o dárselo a la Unión Soviética.

¿Cómo garantizar el secreto de la votación? Hago la advertencia de que, en todo este proceso de discusiones, hubo aspecto íntimos, yo diría secretos, que no puedo revelar en función de un acuerdo que los cinco responsables tomamos en ese momento. Yo me enojé mucho dos veces: antes y después de la votación. En realidad, los protagonistas de ella fuimos los cinco integrantes del Jurado, pero en el debate estuvieron también el intérprete polaco Witold Zagorski y Ursula Frank, que hacía las veces de secretaria y que trabaja todavía en carácter de secretaria administrativa de la FIBA. Finalmente, hubo acuerdo: se pondrían dos urnas, una para introducir el papel donde se votaría por Estados Unidos y otra para meter el favorable a la Unión Soviética. El doctor Hepp haría el escrutinio, después de lo cual se quemaría todo. Y nadie, bajo juramento, contaría nada de aquella votación, que debería quedar secreta.

El resultado –ahora lo puedo decir- fue de 3-2 a favor de la Unión Soviética. Confieso además que yo voté por la victoria de  Estados Unidos. No puedo revelar más nada, ni quién se inclino conmigo por los norteamericanos ni quienes votaron por los soviéticos. Sólo puedo decir que no todo fue tan simple y lineal como, aparentemente, podría indicar el resultado. Y que dejé aquella reunión muy enojado…”

El dictamen, entregado por el doctor Ferenc Hepp (falleció en 1980), remataba muy escuetamente en la parte resolutiva: “El jurado de Apelación confirma el resultado de la planilla de juego con 51-50 favorable al equipo de la Unión Soviética”.

Así, ya sin el tono emocionante que siempre tienen estas ceremonias, la entrega de las medallas se hizo por la noche, lo cubanos se pusieron la de bronce, pero la de plata quedó en poder del Comité Organizador. Los norteamericanos se negaron a aceptarla…

Coccia, el dirigente italiano, diez años después, accedió a decir por quién votó. Pero el resto se mantiene dentro del secreto juramentado de aquella reunión que no terminaba nunca… El punto central es: ¿quién votó con Coccia a favor de la victoria de los Estados Unidos? Un simple y rápido repaso del 3-2 diría: Puerto Rico (Rafael López), atendiendo a la razón política de su carácter de estado libre asociados. Y, además, a que los tres votos de la Unión Soviética deberían provenir justamente de los tres países del mundo comunista: Hungría (Ferenc Hepp), Polonia (Adam Baglajewski) y Cuba (Andrés Keiser).

 

Pero –por versiones que a través del tiempo se manejaron “off  the record”- parecería que no fue así. Una hipótesis dice que el representante puertorriqueño habría votado por la Unión Soviética en una especie de “canje” de favores por el respaldo recibido para que Puerto Rico sea sede, como fue, del Campeonato Mundial de 1974. El enigma nunca más podrá revelarse ya que Rafael López halló la muerte trágicamente en un asalto. Pero José Claudio dos Reis, el conocido dirigente brasileño de larga trayectoria internacional, evocando lo sucedido descartó esa posibilidad: “Rafael estaba muy ligado a los norteamericanos, no creo que les haya votado en contra. Además había un hecho excluyente: los norteamericanos tenían razón…”

Porque si aquella hipótesis era realmente cierta, las especulaciones desembocarían en un interrogante apasionante: ¿quién sería, entonces, el dirigente de los países comunistas que votó contra la Unión Soviética?

Fue un misterio, será un misterio.

 

Paul Douglas Collins ya ha cumplido 31 años. Está casado y es padre de dos hijos. Por una serie de lesiones en su rodilla derecha y en los arcos de sus pies, el año pasado dejó de jugar en el Philadelphia 76ers., uno de los equipos profesionales más populares de la National Basketball Association (NBA), pero sigue ligado al mismo como comentarista ya que los “Sixers” tienen su propio staff por haber comprado el espacio para la transmisión de sus partidos.

-¿Te sentiste presionado en el momento de ejecutar los tiros libres, estando un punto atrás y con sólo tres segundos para terminar?

-No, para nada… Cuando robé la pelota y llegué debajo del arco, Sakandelidze me cruzó abajo golpeándome las piernas. Al caer, choqué la cabeza con la base de la columna que soporta el tablero… Me levanté mareado, sabiendo que debía ejecutar así que no tuve tiempo a que la situación pusiera presión sobre mí. Recuerdo que Tommy Henderson me señaló la línea de los tiros libres.  Todos los compañeros deseaban que me repusiera y los ejecutara ya que era el mejor encestador de tiros libres del equipo…

-¿Creés que fueron trampeados?

-No tengo dudas de eso. Durante el desarrollo de los Juegos las implicancias políticas fueron enormes. Nuestra delegación “perdió increíblemente” medallas de oro en atletismo, natación, boxeo… Y en básquetbol tampoco pudimos escapar a esa situación.

Muchas reglas se violaron durante ese partido, cosa que permitió ganar a los rusos luego de tres oportunidades de saque en la misma acción. He visto la película cientos de veces y no puedo explicarme como se permitieron tantas irregularidades.

 

-¿Cuál fue la reacción de la delegación después del partido?

- Estábamos descolocados, impotentes, indignados. Recuerdo que Bill Russell, que comentaba para ABC, entró al vestuario y nos preguntó qué haríamos. Le contestamos que protestaríamos el partido, y así se procedió. No concurrimos a la entrega de premios, la vimos por televisión.

-¿Qué pasó con las medallas de plata?

 

-Ninguno de nosotros tiene la medalla. Creo haber escuchado que están depositadas en una caja de seguridad de Munich. Pero hace un tiempo recibí una carta del Comité Olímpico en la que me comunicaban que nos las enviarían si es que teníamos interés en recibirlas… Contesté afirmativamente, pero todavía no me ha llegado, ni las medallas ni más noticias.

-¿Iba fue muy conservador en su plantel táctico?

-Pienso que su intención fue la de no arriesgar con un juego rápido de correr y tirar porque no teníamos la experiencia aconsejable para esta competencia. Su táctica fue evidentemente defensiva. Haber mantenido a los soviéticos en los cincuenta puntos es una muestra. Recuerdo que solía repetirnos: “Las Olimpiadas las ganaremos si practicamos buena defensa…” Claro que, por el otro lado, nuestro ataque jugó muy contenido…

-¿Hicieron realmente una buena defensa en la última jugada?

-Todo fue muy confuso en esos instantes. No tuvimos ni tiempo de hablar con nuestro director técnico. No se pudo pedir minuto ni hacer cambios, sino Tommy Burleson (2,23) hubiera ingresado, lo mismo que Bobby Jones (2,05). Pero… ¿quién pensaba que en tres segundos se nos escaparía el partido?

 

El campeón olímpico, finalmente, fue la Unión Soviética. Pero como en toda polémica es necesario encontrar una punta que nos acerque a la verdad, aunque el hecho en sí hoy ya sea irreversible y no pueda modificarse. Aquí se contó la historia, se relataron los detalles a través de testimonios e imágenes que permitieron una reconstrucción lo más fiel posible de los hechos, se recurrió a protagonistas y testigos. Y, claro, hay conclusiones:

 

1) La mesa de control provocó la confusión al no hacer sonar la bocina cuando correspondía y sí haciéndola sonar cuando no debía.

 

2) Los árbitros –al principio de todo el proceso en discusión- estuvieron dentro de las reglas de juego, con lo cual el triunfo de los Estados Unidos era legítimo.

 

3) El doctor Renato Williams Jones, pese a su poder, en ese caso no tenía incumbencia para imponer una orden –hacer jugar de nuevo los últimos tres segundos- a los árbitros, máximas autoridades del partido.

 

Hay otro aporte del ya citado José Claudio dos  Reis que es necesario contar: “Yo creo que Righetto aceptó la indicación de Jones por la gran amistad que los unía, con el tiempo se dio cuenta de su error en ese aspecto… Pero para los dos, tanto para Jones como para  Righetto, desde entonces fue un tema tabú. Ninguno quiso hablar del asunto. Y Righetto, además, no quiso dirigir más…”

 

Y está el testimonio de un argentino, el profesor Luis Andrés Martín, durante doce años miembro de la Comisión Técnica de la FIBA, rector del Instituto Nacional de Deportes, presente en Munich… “Estuve en aquellos Juegos Olímpicos como integrante del comité técnico de la FIBA que rotativamente, a través de tres miembros, cumplía funciones de veedor en los partidos. Me alojaba en el hotel Schwabilon, que quedaba en el barrio hippie de Munich, junto al peruano Airaldi. Allí también estaban los árbitros. Y casi todas las noches, después de las jornadas, íbamos a comer a un restaurante italiano que estaba bastante cerca de allí: Righetto –arquitecto de Campinas, lejos el mejor juez que dio Sudamérica-; Gelsomini, otro árbitro brasileño; José Claudio dos Reis también venía muy seguido, Airaldi, yo… Esa noche, después de la final, nos aprestábamos a salir, pero, claro, cuando esperábamos a  Righetto, enseguida nos dimos cuenta de que no iba a poder venir. ‘Voy a tener que quedarme a declarar, tendré para largo…’, nos dijo. Lo vimos recién a la mañana en el hotel, pero no quisimos molestarlo porque estaba sin dormir y con la gran tensión acumulada de todo el proceso…

Se escuchaban como es lógico en estos casos miles de versiones. Yo tenía la mía… Al técnico soviético reglamentariamente le asistía el derecho de pedir el minuto, pero en ese momento no podía dárselo porque la pelota ya estaba en poder de Collins. La culpa de todo fue de la mesa de control y produjo el lío haciendo sonar la bocina en el momento en que no podía. Righetto obró con razón al no autorizar el minuto. Estados Unidos había ganado. Y mi amigo Jones se equivocó al invadir una jurisdicción –la de los árbitros- que no le correspondía…

Ahora, aparte de eso, los norteamericanos perdieron por muy inocentes. Ese doble Alexander Belov se los hizo porque se dejaron estar y no superior defender una acción tan decisiva…”

Ocurrió hace diez años. Fueron tres segundos. Durarán la eternidad.

Por O.R.O / Nota publicada en la edición 3284 del 14 de septiembre de 1982.

COMPARTIR:

Comentarios

Escribir un comentario »

Aun no hay comentarios, sé el primero en escribir uno!